Celebraciones del centenario
Pasamos por la Alameda iluminada por primera vez con luz eléctrica, aunque los faroles parpadean a ratos y tenemos que detenernos. Adornan los frontis de los palacios unas inmensas letras que dicen “¡Dios y Patria!”, “¡Por la razón o la fuerza”, “¡Viva el Centenario!”. Arcos de triunfo engalanan las calles. Los regimientos tocan permanentemente música y desde los balcones y por cualquier motivo se arrojan claveles y rosas acompañando de cañonazos. Después de muchas dificultades por la cantidad de gente que participa en las fiestas llegamos al parque Forestal recién inaugurado. Por fin logramos arribar a tiempo a la Estación Mapocho que luce imponente, aunque todavía no se inaugura por problemas en los cimientos, debemos tomar el transandino con destino a Buenos Aires. Mis padres están agotados. Se han visto obligados a asistir a numerosos bailes, banquetes, colocación de primeras piedras y a las carreras del Club Hípico en homenaje a las delegaciones extranjeras. A nosotras nos llevaron a los grandes almacenes “Gath y Chávez” de cuatro pisos con muñecas grandes vestidas a la moda en las vitrinas y un salón de té en el cuarto piso. Mi mamá sólo habla de los nuevos edificios de Bellas Artes y de la Biblioteca Nacional que por fin son una realidad en Chile y sacarán de la mediocridad y necedad a este país y del biógrafo que me parece –como ella asevera– un invento muy interesante.