Una avenida cuajada de luces
Una avenida cuajada de luces se abrió ante ella. Tranvías repletos de gentes alegres, de niños que llevaban osos peludos y payasos de trajes vistosos, corrían entre regueros de chispas y campanilleos ruidosos. Hacia el corazón de la ciudad, rojo temblor de luz en el cielo, llevaba una muchedumbre anónima su ruidosa despreocupación. Entre ellos, Pichuca era un trapito sucio y maloliente. En vano levantaba los ojos hacia sus caras. No respondían, egoístamente distraídos. Sentíase sola. Y entonces, en un gesto de angustiosa defensa, apretaba el retazo de pañuelo contra su busto descarnado. Y esto quería decir mucho; por lo menos, el no tener un juguete, cualquier cosa que apretar contra su corazón, henchido de misteriosas aspiraciones, ávido de goces imprecisos.