Ese azar de vértigo y espanto...
(...) Y esa misma casualidad, viejito, esa azar de vértigo y de espanto y de mermelada de alcayotas ha desencadenado este salto al vacío, este final hermoso, esta inverosímil jugarreta en la que tú y yo y todos ascendemos por sobre las nubes entre cornos, ángeles y trompetines, con Béla Bartók y Víctor Jara en la batuta, ¡gloria!, qué comunión celestial, porque no es, nunca más será el holocausto, nunca más el holocausto, no podrán, te juro que no podrán, y ahora todo está reventando y procreando aquí, ¿lo ves?, en el mismísimo Paseo Ahumada, con sus horribles fontanas germanoides, sus patéticos muchachines encorbatados, sus doncellas armadas en caderas imperdonables y matemáticas y la tristeza insoportable de su vereda, con lo cual lo que se acaba, lo que muere es la muerte, cuando firme su último cheque y dicte su última sentencia, y aunque lo arrastre todo consigo, aunque la muerte arrastre a la muerte y a la vida y a la Plaza de Armas, los cabarets, los cafetines, los hotelitos de Mapocho, la Caja de Empleados Públicos, el portal Fernández Concha, el Colegio Médico, las salas de billar y el implacable Metro, ese larguísimo ataúd o caja de fósforos o de zarzamoras, todo, todo se va en la inmensa ola que se nos viene encima, viene cayendo luego de salpicar las paredes de la Catedral y las del impóluto baño de La Piojera, pero basta ya, hasta cuándo voy a seguir hablando estupideces (...).