Lo que recordaremos
(Martes 12 de diciembre de 2006)
Cuando ya se había cerrado todo acceso al Hall de Honor de la Escuela Militar, observó el féretro largamente; él mismo se preocupó de supervigilar la compra. Lo tenía claro, eran dos. Antes de que los cadetes se encargaran de bajar la tapa y la funeraria procediera a sellarlo, se acercó a contemplar el, ahora, rostro frío e inexpresivo. Acercó el sensor radiactivo y se cercioró de que la emisión tuviese el nivel que estaba preestablecido. Hizo un ademán y la tapa fue cerrada. Luego del sello de cera, se hincó en gesto genuflexo, estiró su mano a una de las maderas laterales e hizo ceder la casi invisible placa de madera. A la vista le quedaron varias teclas con diodos de colores y dígitos; programó la clave y se puso en funcionamiento el sensor de seguridad que activaría una emisión radiactiva letal, y el ataúd quedó sellado con la inviolabilidad para el que fue construido.
Se encaminó donde otros de sus camaradas, a un espacio contiguo al Hall de Honor, y los arengó solemne:
—Hoy se inicia nuestra verdadera misión. Chile sabrá reconocer nuestra causa recién en décadas, o tal vez en un siglo. Viva la patria.