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Uniformes azules

A las diez de la mañana la plaza Vicuña Mackenna era un agitada colmena de uniformes azules, de voces agudas, de gritos y consignas; un revuelo que tendía a crecer sin noción de su límite; un mar que se contenía apenas en las dimensiones de la plaza; un océano a punto de hervir. Después de los institutanos habían llegado los del Lastarria, las escalinatas de la Biblioteca Nacional se atiborraron; las del Uno de niñas, unas pocas, las primeras linduras en medio de la algarabía; los del Valentín Letelier, y también se repletó la calle; los del Barros Borgoño, y ya la masa ocupaba una parte de la Alameda, dividida en dos falanges por el tráfico, creciendo la otra desde las puertas del cine Santa Lucía hacia San Isidro; los del Amunátegui, y así se fueron repletando también los faldeos del cerro, sus escaleras, sus torreones; las niñas del Tres y también las del Siete y las del Once, hasta que el mar fue encontrando su color, la muchedumbre su tonalidad marina, su fuerza y su temperatura, hasta que el cerro Santa Lucía se transformó en un volcán que apabulló las calles con sus ríos azules, sus fuegos estridentes, su incontenible erupción.

Iniciación
Carlos Cerda
Andrés Bello
Página: 118-119
Año de publicación: 1995
Genero: Narrativa
Tags: Santiago