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Cañonazo de las 12

Lo mejor de Santiago era el centro; a las doce en punto, un cañón que estaba en el cerrito chico disparaba una bola que, la verdad, no sé dónde caía. Pero si uno estaba en el centro a esa hora y sentía el cañonazo, le daban ganas de tirarse al suelo. Los cristales de los edificios retumbaban como en un terremoto y las aterradas palomas de la Plaza de Armas emprendían vuelo en masa y tapaban el sol por un instante. Nos tomamos muchas fotos frente al palacio de La Moneda. El edificio, que no era muy grande ni tampoco bonito, nada comparado con la Casa Blanca, estaba totalmente quemado; había sido destrozado por los misiles que los aviones lanzaron desde lejos.

Las películas de mi vida
Alberto Fuguet
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