Ida al cine
La semana en que inauguraron el metro, mi tía Marta, que vivía frente a un letrero luminoso en el que un corcho saltaba de una botella de champaña, nos llevó a andar en el nuevo tren subterráneo. Nos llevó a mi y a mi hermana a pasear hasta la estación San Pablo; allá nos cambiamos de andén y no pudimos salir a la calle, porque ella nos dijo que "había muchos pobres y era peligroso". De vuelta en la estación Moneda, caminamos hasta un cine llamado Gran Palace que tenía la gracia de tener sus paredes como de agua de color, cada tanto cambiaba de tonalidad, iba del verde más intenso al naranja más ardiente y luego a un amarillo limón. Me pude haber quedado todo el día mirando esos colores mientras mascaba esas calugas escocesas que mi tía Marta siempre tenía en su cartera.