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Bicentenario

A pesar de la fecha y de la hora había un tránsito expedito que se adentraba hacia el oriente como una marea que sube seducida por una luna llena. La trigueña mujer giró la cabeza hacia la ventanilla izquierda y observó el ornamento que lucía la ciudad: largos pendones tricolores colgaban de cada luminaria del bandejón central de la avenida y de cada parte que se pudiera, pública o privada, flameaba o colgaba una bandera chilena. Hacia el poniente, en un alto edificio, más allá de la Plaza Baquedano y frente a ella, colgaba un gigantesco lienzo de una bebida que rendía tributo al país.
Por la ventanilla del oficial una corriente traía consigo un nítido aroma primaveral. Al llegar a Plaza Baquedano el automóvil fue detenido en el primer control policial. Tres carabineros con chalecos tácticos se aproximaron. Uno de ellos solicitó las identificaciones mientras otro desplazaba por debajo del vehículo instrumental para detectar explosivos. El oficial de la Armada mostró su identificación. En tanto, el carabinero las chequeaba en un computador y un perro guiado por otro uniformado husmeaba el portamaletas que el chofer había abierto.
—Qué extremas las medidas de seguridad —regañó Marcela.
—Es lógico. Comprenderá que por la situación que se vive en el país es necesario.

La semana en que se juntan los siglos
El Autor (anónimo)
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