Barbarie en Punta Arenas
Doña Clementina decía que ni su madre, ni ella, ni sus hermanas se habían imaginado jamás el grado de barbarie que iban a encontrar, después de vivir en una ciudad tan civilizada y europea como Buenos Aires. Eran los tiempos de la colonización acelerada de Tierra del Fuego. Llegaban presidiarios fugados, anarquistas, desertores de lejanos ejércitos, aventureros de los países más diversos, campesinos sin tierra, comerciantes, empresarios arruinados, mineros, buscadores de oro, ganaderos y legiones de prostitutas vagabundas.
—En ese tiempo se regalaban terrenos fiscales en Tierra del Fuego pero, al comienzo, no había muchos interesados. Seguramente le tenían miedo a los onas, los primitivos habitantes de la Isla Grande. Se contaban leyendas sobre su salvajismo, y también se hablaba del salvajismo de la gente de Popper, que se dedicaba a matarlos. Uno de los principales asesinos de indios era un escoces, Alex MacLenan. Lo llamaban Chancho Colorado. Este individuo había instalado un palo largo, una pica, frente a su casa en Tierra del Fuego y allí ensartaba una cabeza de indio. Decían que la iba cambiando día a día