Miel de ulmo y uña del pie
—¿Curaco de Vélez’ No conozco Curaco de Vélez. ¡Tan lejos que será…!
—¿Y Dalcahue?
—Tampoco. Dicen que tú echaste a Mañungo a Santiago y no lo dejas volver.
—No tengo poderes, como tú. ¿Quién dice?
—Venían hablando en la lancha —mintió doña Petronila que como artista tenía el don de transformar sus mentiras en verdad, y de joven, murmuraban, anduvo embarcada en el Caleuche, donde aprendió sus artes.
—¿por qué hablaron de Mañungo?
—Porque en la lancha venía uno igualito.
Junto al volumen arracimado de doña Petronila, y de su abultado rostro asiático, la Ulda Ramírez parecía nítida como un grabado al acero, pura línea, puro nervio controlado. O no controlado: porque al oir las palabras de la vieja se le escapó una sonrisa de su boca fría, que refrescó los ángulos de su rostro.
—¿Cómo sabes que era igualito si no lo conoces?
—¿Tú te crees la única que conoce a Mañungo Vera porque fuiste su profesora? Y más que profesora, dicen las malas lenguas. ¿Cómo no lo voy a conocer si mis chiquillos tienen un póster de Mañungo clavado en la pared de la cocina? Y un cassette con su cara, además de su voz, porque se compraron el cassette con la última lavada de oro. Y hasta la voz se le parecía, fíjate. Bueno, niña, me tengo que ir.
Tiró su colilla y se puso de pie con la ayuda de la Ulda, cargando otra vez sus bártulos. La Ulda le imploró que mandara a sus hijos a la escuela aunque ya estuvieran grandes. La vieja le dijo que no: este año la temporada iba a traer mucho oro que lavar. Ella tenía demasiada edad para hacerse cargo de tanto trabajo y le daba miedo que le echara a sus chiquillos para el norte y no volvieran más, como Mañungo. La Ulda no cambió de expresión: pero lo femenino que quedaba en doña Petronila percibió tanta espera en esa máscara blanca que decidió hacer esa misma noche su embrujo más potente para que el tal Mañungo volviera del norte a ver a la pobre Ulda, que lo quería desde que le enseñó a tocar la guitarra a los catorce años, y más que la guitarra, confirmó doña Petronila en el fondo del corazón transparente de la Ulda. Canelo. Piures. Miel de ulmo. Pelo de pudú, Caca de choroy. Y uña del pie de su hijo mayor, que le cortaría esa noche durante su sueño, cuando sin saberlo el