Isleños de distintos mares
Aniceto, un chileno, e Iván, un yugoslavo, hacía varios años que habían formado sociedad para pescar. Pero eran unos pescadores totalmente diferentes de los que se dedican a este oficio. En vez de comprar y aparejar un cúter para la pesca, ocuparon el mismo capital en adquirir un camión, y conduciendo sus redes y una pequeña chalana dentro de él se dirigían por las costas llanas de la parte oriental del estrecho y por el seno Skiring a echar sus trasmallos.
Aniceto era gordo, moreno y bajo; el objeto de su vida era comer y beber, sobre todo, beber. Iván daba el mismo fin a su existencia; pero, además, practicaba un arte: tocaba melancólicamente el acordeón, recordando sus días de pescador en el Adriático, en las costas de su querida isla Bratza, de donde era oriundo. Los dos eran isleños; Aniceto había nacido en Chiloé, y tal vez por eso se entendían tan bien. Tal vez por eso mismo despreciaban al mar y se burlaban de él, arrancándole sus riquezas sin afrontar peligros