El niño en Ahumanda
“Él conoce la palabra confórmate y no la comprende, pero trata de entenderla cuando va de la mano con su mamá por el Paseo Ahumada, mirando la fanfarria chillona de las vitrinas, chupándose con los ojos ese resplandor publicitario, hipnotizado por las carreras de los comerciantes ambulantes arrancando de los pacos, recogiendo las mercaderías desparramadas por el suelo en el apuro; con niños chicos, como él, que ayudan a recoger las peinetas chinas, los calcetines de a tres en mil, las chucherías de Taiwán que ruedan por el piso. Todo esto lo ve el niño con ojos de fiesta, justo cuando la mamá le da un tirón para que siga caminando y se pierda con ella en la multitud apurada. Cuando ya ha pasado el calor y comienzan a prenderse las luces de neón y una leve ventisca refresca el agotamiento de los vendedores que miran el reloj para cerrar las tiendas al caer la noche. Al variar el público del Paseo Ahumada que se deja caer en los asientos esperando los shows callejeros; los humoristas, cantantes y oradores evangélicos que ocupan la calle con su teatro de paso, con su circo limosna que alegra la ciudad, cuando se relaja el tráfico de un agitado día y Santiago finge que duerme para que aflore la noche despelucada del escote putinga y su lunfardo resplandor”