El nuevo en el río
“En el resto de la tarde los chicos se bañaron, corrieron por las losas del Río, mendigaron monedas a los que transitaban por el Puente, despulgaron a sus perros, se despiojaron mutuamente, algunos lavaron sus zurcidas camisitas y al llegar la noche, junto al calor de un quiqué, formaron rueda, sentados en el suelo. Eran los comienzos de la primavera. Bebimos el café que preparó un pelusa, comimos pan, queso, mortadela y mermelada. Me extrañó que pudiesen comer tanto y tan bien. El jefe entendió lo que estaba pensando y explicó: —Esto no es de toos los días, caurito. No te creái. Hoy nos jue re contra bien, pero hay veces que no ganamos ni pa la sal.
Mientras avanzaba la noche, sentados siempre en rueda, hablaron sobre cosas que yo no entendía y en un lenguaje que me resultaba sumamente enredado. Me pareció que lo hacían intencionalmente porque a veces me miraban de reojo y recalcaban sus extraños giros. Tenían la seguridad de que el asunto me intrigaría cada vez más, como en verdad fue. Pero nada pregunté por temor al ridículo y porque quería asimilarme a sus modos de ser y vivir. Al filo de la medianoche nos dirigimos a las casuchas. Unas estaban situadas a la vera del tajamar; otras en medio de pequeñas bifurcaciones del Río, y las menos, bajo los Puentes cercanos a la estación ferroviaria”