Un río que corta
“El Cal y Canto es todo lo contrario. Con él, la ciudad traza su línea divisoria y se corta a la mitad. Con él, el pasado y el futuro se dividen, la luz y la sombra se separan sin demasiado problema; el Mapocho se vuelve visible, se convierte en una especie de serpiente viva y lechosa donde reposan la basura y los cadáveres, y la ciudad se vuelve húmeda al tacto, como si fuera un animal en celo. Cruzas el Cal y Canto y la ilusión que vende el Metro —que es un viaje imperceptible, una estación más de un lado al otro— se cae al suelo y se rompe en pedazos. El Cal y Canto es una frontera. Es Tijuana. Es El Paso. Lo cruzas y cambias. Te conviertes en un blanco móvil o vuelves a casa o simplemente te sumerges en la marea que la ciudad apenas logra expulsar del centro, un territorio maldito, pero que sin embargo es uno de los terrenos más caros del país”