a iglesia vetusta
La misa cantada era un buen recuerdo para los seis días de trabajo, porque durante ese tiempo seguía viendo con la memoria la iglesia vetusta, las vidrieras moradas y verdes y rojas que teñían los mantos de sus distintos reflejos; las naves de los lados interminables y oscuras, en cuyas baldosas resonaban las pisadas, ostentando misteriosos confesionarios de trecho en trecho; en el medio, la nave principal, el presbiterio todo refulgente como un ascua de oro porlas arañas llenas de velas, los sillones de los canónigos, el trono del señor arzobispo encortinado de regia púrpura y al fondo, bajo el ábside, el altar mayor sosteniendo la cruz entre los seis candelabros de plata macisa. Allí celebraban los oficiantes el santo sacrificio, revestidos de casullas magníficas y dalmáticas deslumbradoras.