Sería un exceso llamarla así
Los relatos sobre las rápidas fortunas que se hacían en la región más austral de Chile la convencieron. Así llegó a la ciudad del Estrecho de Magallanes.
64 años después, sentada en uno de esos sillones de alto espaldar que los franceses llaman bergère, en la salita de su casa de la calle Bories, donde pasaba la mayor parte del día, doña Clementina evocó aquellos tiempos de fines del siglo pasado.
—cuando ustedes llegaron Punta arenas debe haber sido una ciudad muy pequeña…—le dije.
—¿Ciudad? Sería un exceso llamarla así. Era un caserío de aspecto miserable. Cuando llegamos, debe haber sido comienzos de invierno. Las calles eran unos barriales espantosos. Circulaban con muchas dificultades carretelas y algunos coches tirados por caballos. Los vehículos a motor, autos y camiones, eran muy escasos. Por las tardes, el aire olía siempre a leña húmeda quemada en cocinas y estufas. Como en las casas chilotas, la habitación principal era la cocina. Allí, cerca del fogón, se hacía la vida diaria, se comía y se convivía.