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Las cachás grandes

Era una vulgar cafetería, pero una cafetería popular, esa era su gracia, agrandada por el nombre que la distinguía: “Las Cachadas Grandes”, las grandes porciones, no las miserables de las cafeterías o cafés para caballeros, y el nombre causó sensación, cuatro o cinco años atrás, entre el pueblo bajo, desde las cobradoras y maquinistas de los tranvías hasta los torneros mecánicos y los pintores de letras. La palabra cachada viene de cacho o asta de buey y de lo que puede contener o contiene, chicha, vino o aguardiente, cuando sirve de recipiente para cualquiera de esos apreciados líquidos; cachada es lo que se echa al cacho y lo que el cacho contiene, sea poco o mucho, pero el nombre indicaba que en aquella cafetería se trataba de mucho, de una gran porción, y el cliente que llegaba por primera vez a la cafetería y pedía un café con leche se daba cuenta de que en verdad se trataba de una buena cachada, aunque, hablando entre amigos, no de una gran cachada o de una cachada grande, porque, para qué vamos a andar con leseras, la taza, sí, era grande, pero sus paredes eran demasiado gruesas y su grosor impedía que se pudiese hablar de una gran cachada o cacha, como decían los clientes, pero, centímetro cúbico más o menos, no importaba: el lugar era agradable, tibio, íntimo; las voces de los trabajadores perorando sobre su trabajo, sobre el jefe o el capataz, el inspector, la mujer o las mujeres, sus voces naturales y sus risas francas, de camaradería, transmitían tranquilidad, bienestar. No era un lugar para conversar sobre algo privado, pero, al mismo tiempo, lo era, ya que los hombres sólo se preocupaban de tomar su café o su té o comer sus sopaipillas, sus sandwiches o sus tostadas, sin hacer caso más que de aquel o de aquellos que estaban con él o que habían ido con él a tomar un café con leche y a descansar de sus trajines.

La oscura vida radiante
Manuel Rojas
LOM
Página: 147-148
Genero: Novela