La villla de los nombres reales
Llegamos, finalmente, a una villa de solo dos calles, el pasaje Neftalí Reyes Basoalto y el pasaje Lucila Godoy Alcayaga. Suena a broma, pero es verdad. Buena parte de las calles de Maipú tenían, tienen esos nombres absurdos: mis primos, por ejemplo, vivían en el pasaje Primera Sinfonía, contiguo al Segunda y al Tercera Sinfonía, perpendiculares a la calle El Concierto, y cercanos a los pasajes Opus Uno, Opus Dos, Opus Tres, etcétera. O el mismo pasaje donde yo vivía, Aladino, que daba a Odín y Ramayana y era paralelo a Lemuria —se ve que a fines de los setenta había gente que se divertía mucho eligiendo los nombres de los pasajes donde luego viviríamos las nuevas familias, las familias sin historia, dispuestas o tal vez resignadas a habitar ese mundo de fantasía. Vivo en la villa de los nombres reales, dijo Claudia esa tarde del reencuentro, mirándome a los ojos seriamente. Vivo en la villa de los nombres reales, dijo de nuevo, como si necesitara recomenzar la frase para continuarla: Lucila Godoy Alcayaga es el verdadero nombre de Gabriela Mistral, explicó, y Neftalí Reyes Basoalto el nombre real de Pablo Neruda. Sobrevino un silencio largo que rompí diciéndole lo primero que se me ocurrió: vivir aquí debe ser mucho mejor que vivir en el pasaje Aladino. Mientras decía esa frase tonta con lentitud, pude ver sus espinillas, su carablanca y rojiza, sus hombros puntudos, el lugar donde debían estar los pechos pero de momento no había nada, y su pelo que no iba a la moda pues no era corto, ondulado y castaño sino largo, liso y negro