El Juicio Final
“Han pasado dos siglos y el cuadro de costumbres que ofrece la Plaza de Armas no es mucho más edificante. El hervidero humano que se congrega ahí —sobre todo los fines de semana— conforma una visión propia del juicio final. Junto a las máscaras diabólicas del Conejo de la Suerte y del Hombre Araña agitadas por un viento cargado de frituras, un predicador gira en el suelo sobre su columna vertebral, levantando las piernas mientras lanza amenazas bíblicas a los transeúntes. ¿Será para tanto? Más allá, cada cual mete ruido a su manera y todo lo que se pueda: organilleros, raperos y evangélicos se expresan dramáticamente ante un público sonambulesco. El ‘cuerpo automovilista’ de la Iglesia Pentecostal ensaya un tango cristiano con bandurrias y acordeones. En las escalinatas de la Catedral un grupo de huasos espera su turno arpa en mano”.