Barrio rojo (Condell).
“Se ganaba dinero. Las ocasiones no sobraban para botarlo. Pero, se botaba en los bulliciosos burdeles del “puerto”, en que las mujeres, noche a noche, conocían a un varón diferente y que era, sin embargo, igual al anterior y al que vendría después, porque todos guardaban la misma hambre celosa y brutal, y huían de las garras del sol, con unos tremendos deseos de besar y de olvidar, por unas horas, la esclavitud de una soltería bastante cruel, puesto que a los pampinos ni siquiera les permitían esos desahogos de la ciudad que son la caricia furtiva, la ilusión, la mirada que ablanda los rigores. La prostitución era la natural confidente de la pampa chilena. En los burdeles, bastaban un espasmo y un trago para anular largos meses de sufrimiento. Las camas meretricias retenían una doble fatiga cada amanecer: la que la pampa introducía en sus obreros y la que las hábiles rameras prodigaban, como un premio absurdo y deleitoso. En estos lechos quedó escrita la historia del salitre. Romualdo durmió en ellos muy pronto. Sin embargo, no se enloqueció, derrochando: su ambición le impedía “quemar la plata” de una sola vez. Romualdo ansiaba triunfar sobre esa tierra madrastra y regresar, un día, a la suya feraz, con dinero y con respeto”.