Bahía de Antofagasta
Como pausas de modorra en medio de la inquietud verde-azul de la bahía de Antofagasta, balancean las “chatas” su vejez de horizontes. Una actitud de trotamundos desencantados las inviste. Y cuando las estrellas apuntan su luz encima del puerto, las pobres crujen, como los esqueletos de las más evanescentes aventuras… Las abraza el mar con su rumor de caballerías desbocadas y en una secreta tentativa de piedad, les gotea una carcoma de muerte, para evitarles la vergüenza de permanecer, indefinidamente, con la proa marchita, ante la arrogancia de los barcos que resbalan por el mundo, abriendo las puertas de la distancia. Yo siento por las “chatas” la veneración que inspiran los ojos de los vagabundos que enceguecieron después de haber presenciado el duelo terrible entre el tiempo y el olvido… Mi corazón anhelaría extenderse, como una vela fabulosa, en sus mástiles podridos, para empujarlas, de nuevo, a la sed de los caminos. Son cementerios de brújulas y mapas En su madera, clava la lejanía sollozos de ausencia y la desesperanza es el agrio capitán que las transita. A estas “chatas” de Antofagasta, ¿les echará una canción la luna de los navegantes?